Según la Real Academia de la Lengua Española, educar es
sinónimo de “dirigir, encaminar, adoctrinar”, lo que supone un claro
atisbo de la idea popular acerca de la educación. Cuando se emplean estos
términos para definir de manera rigurosa y oficial el término “educar”, se hace
patente el modelo educativo actual. “Dirigir, encaminar, adoctrinar”, todo ello
implica la figura de un superior que se encarga del aprendizaje de un alumno
con un alto nivel de condicionamiento, pues ha de instruir a este en el
seguimiento de unas conductas y unos pensamientos que se han de imponer sin
remedio, ya que son los verdaderos, o al menos los más proliferantes. Y yo me
pregunto, ¿qué espacio queda en esta definición para la libre elección del
niño, para su estimulación, para la enseñanza del pensamiento crítico y
reflexivo?
A menudo concebidos
como máquinas chupópteras, los niños son avasallados por inmasticables masas de
conceptos y contenidos teóricos que, forzados a memorizar, probablemente nunca
recordarán. Son los menos aquellos casos en los que prima una educación más
práctica, más fácilmente comprensible, un modelo de enseñanza que no se base
única y exclusivamente en la transmisión de conocimientos teóricos de carácter
impositivo, sino que abarque además aspectos tan esenciales como la reflexión
del educando sobre las ideas transmitidas, o la oportunidad de organizar un
debate colectivo a cerca de las mismas.
Personalmente, me
siento bastante más próximo a la concepción de la educación que presenta Edgar Morin, según el cual, “educar para comprender las matemáticas o cualquier
disciplina es una cosa, educar para la comprensión humana es otra; ahí se
encuentra justamente la misión espiritual de la educación: enseñar la
comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad
intelectual y moral de la humanidad.” Así es, educar no se reduce, como ya
he mencionado, a una avalancha de conocimientos teóricos o, como bien esgrime
Morin, a la comprensión de las diferentes disciplinas, educar debe ir más allá.
Por ello, es tarea fundamental de los educadores instruir a sus pupilos en los
valores humanos que tan amagados parecen estar en el contexto social en que son
educados. Es imprescindible enseñar y debatir conceptos de contenido práctico
como la solidaridad, el respeto, la aceptación del diferente, buscando evitar
la peligrosa exclusión social consecuente, el pensamiento individualizado, el
crecimiento y madurez vital, los vaivenes de la experiencia humana y demás
cuestiones ligadas a la condición humana, pues esto también es educar.
Educar es, por
tanto, bajo mi humilde perspectiva, la suma de una transmisión de enseñanzas
teóricas imprescindibles, siempre sin sobrepasar los límites del exceso atroz y
alimentando la crítica reflexiva del alumno ante dichas enseñanzas; y de la
humanización del alumnado, preparándole y dándole a conocer diferentes
situaciones que posiblemente hallarán en el camino de su vida, ilustrándole en
la bondad, la comprensión, la generosidad y la compasión, educándoles también
como personas.
"La educación debería consistir en ayudar a cada uno a descubrir su singularidad personal y a desarrollar esa cualidad y mostrarle cómo compartirla" L. Buscaglia
"La educación debería consistir en ayudar a cada uno a descubrir su singularidad personal y a desarrollar esa cualidad y mostrarle cómo compartirla" L. Buscaglia
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